miércoles, 13 de abril de 2011

Rocky, in memoriam.

Me hallo taciturno, en un paisaje interno lúgubre, sin ganas de vivir, con las lágrimas recordándome lo efímero de la existencia, no veo final a esta agonía que me doblega, me pongo el "I don´t want to miss a thing" de Aerosmith para mitigar mi pesar... no sé como contarlo, pero prefiero desahogarme con vosotros, mis fieles seguidores. Rocky, ha muerto.
Para quien no lo conozca, Rocky era un pez, mi pez, el pez. Hace un par de días llegué a mi casa, fui a la pecera a darle mi diaria dosis de cariño y allí estaba sin vida, con la mirada perdida a través del cristal que separa lo vivo y lo muerto. Esa una instantánea que se me ha clavado en la retina como si de un chicle ardiente se tratase.
Muchos diríais que había puesto demasiadas expectativas sobre esta pequeña carpa naranja, a lo mejor sobrevaloré la existencia de este ser cuando afirmé que sobreviviría a un ataque nuclear y al Apocalipsis de 2012. Pero quién no diría lo mismo de un animal tan agradable, tan simpático, cuando me ponía aquella cara de felicidad cada vez que le echaba una cucaracha o le limpiaba la pecera para que pudiera saber que había más vida más allá del vidrio.
Rocky no fue el primero, en los comienzos tuve un pez al que no me dio tiempo ponerle nombre, se ahogó y murió en apenas cinco horas. Rocky fue un regalo de Dios y del de la tienda de animales al observar mi cara y mi coeficiente intelectual. Allí estaba yo, con mi bolsa y un pez anaranjado dentro, como si de una nueva vida en el líquido amniótico se tratara. Lo solté en la pecera como si fuera un parto indoloro, aunque ahora que lo pienso nunca supe si era hembra o macho, bueno, yo siempre lo vi muy masculino. Cosas mías.
Rocky me ha acompañado en los principales hitos de mi corta vida, cuando dejé de ser universitario y me licencié, mi primera tarjeta de desempleo, la primera vez que fui becario, la primera vez que abrí un abrefácil, mi 23 cumpleaños, la segunda vez que fui becario...siempre estuvo en el interior de aquella pecera con verdina. Las lágrimas vuelven a aflorar sin pretensión de finalizar en ningún momento.
Ahora que veo el fallecimiento lejano, me ilusiono, intento engañarme pensando que en verdad Rocky no estaba muerto, sino que había visto Buscando a Nemo y sólo quería hacerse el muerto para reencontrarse con su padre más allá del inodoro. El váter, allí le rendí mis últimos honores para despedirlo con un toque de cisterna. Allí se despidió, entrando en el túnel o en un parque acuático gigante según se mire.
Hace unas semanas, también nos abandonó Rufo, el compañero de vivienda de Rocky. También era un pez feliz en su verdina, no tenía grandes pretensiones; de hecho, era tonto. Murió de gases. Sí, no bromeo, se dedicaba a comerse las burbujas de la superficie, por lo que se le hinchaba el vientre y sólo podía nadar en tendido supino, de esas ocasiones que no sabías si dejarlo tranquilo o trocearle una pastilla de Aerored.
Intenté suplir la ausencia de Rufo con una carpa pequeñita, blanca y con mala ostia, a la que he llamado Ratzinguer. No sé, fue lo primero en lo que pensé atendiendo a las características del animal. Ahí está, en su pecera, solitario e intentando consolarme. Se ve cariñoso.
No quiero seguir ahogando mis lamentos en este arroyo de palabras, me emociono. Seamos felices y pensemos que la vida es muy corta y muy intensa, Rocky lo hubiera querido así.

Por eso, hasta luego Rocky, sé que nos veremos algún día.

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