domingo, 28 de septiembre de 2008

San Paco... ¿canguro?

Hola queridos discípulos, bienvenidos de nuevo a mi humilde morada. Debo confesar que este verano me he aburrido de forma soberana. Así que he buscado un trabajo afín a mis cualidades, es decir, un barbudo peludo con sobrepeso y siempre con hambre… pues sí… lo que imaginabais todos… soy canguro; lo bueno de mi apariencia es que cuando los niños empiezan a fastidiarme agarro dos cucuruchos, me los pongo en la cabeza, enseño los dientes y les digo que soy Bestia de la película de Disney… me encanta esa cara con los ojos vidriosos y el olor a Dodotis recién llenado.
La verdad es que ser canguro es más tranquilo de cómo te lo pintan en las películas americanas. Sin niños rubiascos repelentes que te llenen la casa de chocolate o sustancias similares, quemen la casa o te hagan putadas por todo el hogar mientras que un perro de grandes proporciones (que no debe faltar en ninguna vivienda de Estados Unidos, de hecho, creo que lo regalan con la casa) se pone en mitad de tu camino para que tropieces con él.
Pues eso que llego la primera tarde de trabajo. Abre la puerta aquello que supuse que era la madre de la criatura en cuestión y me pregunta que si yo soy el que va a intentar cuidar de hija esa noche, a lo que yo afirmo con rotundidad. Bueno, más bien el primero que me dio la bienvenida fue un Yorshire de un pisotón y medio de altura que me mordisqueaba con avidez los tobillos… el animal rápidamente entendió, por accidente, que después de un golpe en la cabeza con el techo… viene un golpe peor. Bendita ley de la gravedad.
Los padres se fueron, no sin antes haber llamado a la policía y cerciorarse de que no soy ningún delincuente fugado. Yo pensé que ser canguro era sentarse en un sofá mientras ves una película y lo único que tienes que hacer es vigilar que el niño no se cuelgue de las lámparas, no meta dedos en enchufes, no se coma las cajetillas anti-cucarachas y poco más. Así que me senté en el sillón tan ricamente. Pero una manilla se posó sobre mi rodilla, vi unos ojillos abiertos al máximo que me balbuceaban “No puedo dormir, ¿me cuentas un cuento?”. ¿Ante dicha mirada nadie podría resistirse? Cogí a la niña, la llevé a su habitación y le pregunté con lágrimas en los ojos “¿Dónde tienes los cuentos?” (si es que soy un tierno). Pero por razones de la vida la infante no conocía la localización exacta de los libros, empecé a buscar por las estanterías y vi en la balda más alta encontré un libro rojo intenso cuyo título era “Blancanalga y los Siete Enanitos”… ummm… creo que el argumento no era propicio para la mente de aquella inocente niña. Tomé la decisión de inventarme la historia, pero sin saber por qué, siempre moría alguien masacrado por una horda de enanitos mineros o infectados de rabia por lobos soplacasas. Vi que la niña se interesaba demasiado por ese baño de sangre, así que busqué una historia que no dañara su ignorancia y empecé a contarle la trilogía de “El Señor de los Anillos”. ¿Por qué lo niños, digas la frase que le digas, siempre cuestionan la causa de dicha oración? Por ejemplo: “¿Y por qué el que lleva el anillo ese es tan importante? Entonces mi madre es también importante” o “¿Y por qué no le dan el anillo a Gollum? Si se le perdió a él, que se lo devuelvan.”; cuando me empezó a preguntar por los árboles que hablaban y daban paseos… decidí sentarla en el sillón y ponerle la reposición de la sesión del Congreso de los Diputados. A la segunda intervención, la niña babeaba en un estado casi rozando el coma.
A la mañana siguiente, volvieron los progenitores de la niña, le devolví al padre el cuento de Blancanalga (por cierto, una gran historia con un destacable argumento que refleja los problemas que atañen a la sociedad en la que vivimos, rodeando siempre de un viaje interior hacia el centro de la personalidad de la protagonista y el cúmulo de personas cercanas que le oprimen… y de que forma) y comencé el camino de vuelta a casa. Pasé por un kiosco y vi una colección de cuentos por entregas, además me llamó la atención que con dichos librillos venían marionetas para amenizar la lectura. Perfecto, me llevé el primer fascículo para solucionar los problemas de la noche pasada.
Allí estaba yo, delante de la niña, con el fascículo encima de la mesa, cojo unas tijeras y abro el paquete… muy bien… un cuento, hasta ahí todo bien, tan sólo que no me fijé en el número de marionetas que venían con cada libro… sólo venían tres marionetas por cuento.
En el primer cuento, la situación fue fácil de solucionar… era la Bella Durmiente. Me venían en el paquete la princesa, el príncipe y la bruja. Perfecto, una marioneta tirada en la mesa todo el cuento y el príncipe luchando contra el dragón, cuyo papel fue encarnado por el Yorshire parapléjico (producto de la casualidad y la gravedad)… al final, besito, princesa despierta y ala… a la cama.
Sin embargo, más tarde me di cuenta de que el problema de que por cada cuento sólo hubieran tres marionetas me iba a traer de cabeza. Por ejemplo, los tres cerditos estuvieron construyendo sus hogares unas dos semanas hasta que me llegó Caperucita Roja y por fin tuve a un lobo.
El caso más claro de este problema de número de marionetas, fue la situación a la que me llevó el intentar explicar Peter Pan: me venían en el paquete Peter Pan, el Capitán Garfio y un niño perdido. Muy bien, ¿y el resto de personajes? Campanilla era la abuela de Caperucita con dos alas de papel de aluminio; la sombra de Peter, el príncipe de la Cenicienta pintado con acuarela negra; el cocodrilo era el lobo de Caperucita pintado de verde; Wendy era la Bella Durmiente y el resto de niños perdidos, fui rellenando con Pulgarcito, Caperucita, Hansel y Gretel… para caracterizarlos, agarré al Yorshire parapléjico (repito, por casualidad), le corte unos cuantos mechones y se los pegué a las marionetas con cinta adhesiva.
La verdad es que con Peter Pan, a medida que iba narrando la historia, iba razonando que no es un argumento extrapolable a la realidad. Seamos sinceros y pongámonos en la escena, imaginad: una noche entro por la ventana a la habitación de mi novia, de pronto, suenan unos pasos en el pasillo, no queda tiempo de reacción, mi única posibilidad de esconderme debajo de la cama, se abre la puerta, me pillan mis suegros ¿y yo respondo que se me ha perdido mi sombra?. Por Dios, ¿a quién no le ha pasado eso alguna vez en su vida sin hacer uso de cualquier tipo de estupefaciente? Por si acaso, no voy a ser el primero que lo intente.
Si nos paramos a pensar en los cuentos no hay ninguno que tenga un mensaje apto para mentes infantiles. En Hansel y Gretel, los padres llevan a los niños a ver si se pierden al bosque; la madre de Caperucita manda directamente a la niña al bosque y en Peter Pan, directamente, dejaron a todos lo niños que se las averiguaran en mitad una isla infectada de piratas… a eso lo llamo valores y lo demás son sandeces. Pero la cosa no queda ahí. El mensaje de la Bella Durmiente es que para besar a una chica, antes debes dejarla inconsciente, al igual que en Blancanieves. Y el Gato con Botas… es un canto a la revolución del obrero contra el sistema: un hortelano, que convence a un gato para que le robe el castillo, la carroza, los terrenos… al príncipe; es como si llega un día a tu ciudad el Presidente del Gobierno, le tiras un gato rabioso dentro del coche, el personaje sale corriendo con el felino aferrado a su rostro y tu aprovechas para quitarle las llaves del coche y de la Moncloa. Fácil, sencillo y para toda la familia.
Se puede decir que el sistema de leerle cuentos a la niña no surtió mucho efecto. Al final, siempre acabábamos durmiendo escuchando el Congreso de los Diputados. Pero bueno, algo que se aprende.
Y como al final de todo cuento, moraleja: quered a los niños, no hagáis caso a los cuentos.

San Paco, Odisea en RENFE

Aunque parezca mentira, a mis veinte años, aún me acuerdo de mi primer viaje en tren. Un minipaco de medio metro agarrado, cual koala, a su abuelo y un vagón. Me senté en una especie de asiento y aquella furgoneta gigante se empezó a mover. Miraba al padre de mi progenitora con una cara que rozaba el miedo, la curiosidad de una experiencia nueva y la confianza que me inspiraba aquella mano que me sujetaba del brazo.
Ahora intento hacer memoria de quién estaba con nosotros en aquel vagón, las causas de que estuviéramos en la estación o lo más importante, ¿a dónde íbamos? No debimos ir muy lejos, porque desayuné en mi casa y a las dos estaba de vuelta devorando croquetas (creadas, con todo el cariño y afecto, por las santas manos de mi madre) como un cosaco. Siempre he tenido la ilusión de que mi abuelo se hizo con los mandos de la locomotora (a lo Chuck Norris) matando al maquinista, para que así su nieto pudiera apreciar el movimiento de aquella serpiente metálica. Bendita imaginación.
Ahora os meteré en tesitura. ¿Habéis visto alguna película americana romántica? Supongo. Cada domingo de verano echan una por la noche, no interesan, pero entretienen, aunque sea riéndote de ellas. Pues entonces conmemoraremos aquella célebre escena en la que nuestra querida protagonista está esperando sentada en una maleta, cierra los ojos , se introduce en un flash-back donde se escucha la última frase que le dijo a su novio: “Me voy, no quiero despedirme de ti, estaremos mucho tiempo separados y no volveremos a ver hasta… no sé. Pero recuerda, ocuparás siempre mi corazón.” Después aparecen imágenes de la pareja de tortolitos en los últimos paseos, los últimos besos, aquella tarde en la pista de patinaje (donde el protagonista se fracturó tres costillas, sin embargo la novia se dedicó a dar vueltas a su alrededor, sonreía con cara golosa y le decía “me dijiste que sabías patinar”) o aquel baile de graduación donde no había nadie borracho, ni con una corbata en la cabeza y todo el mundo sabía bailar bailes de salón (sí, a eso lo llamo un fiestón). Mientras, el novio recorre una terminal de un aeropuerto con una longitud cercana a los treinta kilómetros, que yo razono y matemáticamente es imposible que exista un aeropuerto de tales dimensiones. Pero vamos a pararnos y analicemos detenidamente este recorrido.
En América, hay dos frases que te dejan hacer lo que te de la real gana: “Soy policía” o “Es la chica de mi vida”. Sólo hay una cosa que puede hacerle sombra y es el juego de “Atrevimiento, beso o verdad”; te toca prueba de “atrevimiento” y tienes licencia para tocarle el culo a todas las niñas de tu clase, cosa que aumenta en credibilidad si le palpas el trasero a una chica, se gira y antes de que te suelte la torta de turno, le dices “es un juego y me ha tocado prueba… además, eres la chica de mi vida”, entonces es cuando le tocas el culo y todo el mundo empieza a aplaudirte. Volviendo al tema, nuestro protagonista se encuentra sudando lo suyo mientras recorre aquel pasillo interminable, sin embargo va gritando “es la chica de mi vida”… vale, todos los viajeros retiran las maletas para crear un camino, las dependientas que facturan el equipaje le indican dónde encontrar a la chica de su vida, los viajeros le cuelan en aquella cola en la que han estado esperando hora y media, los policías le perdonan no pasar los controles y le dan una palmada en la espalda mientras le grita “corre hijo”, incluso el pastor alemán antidrogas levanta la cabeza y le ladra a lo lejos con cierto aire simpático. Al final, se encuentran los enamorados, se funden en un beso y todo el aeropuerto les rodea mientras les aplauden.
A ver… hemos importado de Estados Unidos los jeans, las hamburguesas, la Coca Cola, Papá Noel… ¿y qué nos ha pasado con todo el conjunto de valores y modales que allí se usan? No digo que invadamos un país cada vez que Burguer King quiera abrir una nueva franquicia ni que cada mañana que nos cabreemos porque no encontramos las zapatillas porque estaban debajo de la cama, vayamos a la cocina, cojamos un subfusil de asalto m-16 A2 con lanzagranadas que tiene escondido mi madre al lado de la masa para empanadillas y nos carguemos a media facultad. Pero algo si podíamos aprender de ellos.
Pues un día decidí comprobar si lo que ocurría en la película era cierto. Pero hay que cambiar ciertas cosas por falta de presupuesto. “Protagonista novio guapo” hay que cambiarlo por “barbudo feo, yo”; “aeropuerto de Michigan de treinta kilómetros de longitud” por “estación de RENFE”… lo de “protagonista novia guapa” no hace falta cambiarlo.
Allí se podía observar a mi novia esperando en el andén después del último beso. Y un San Paco, decidió emprender su aventura para robar un beso clandestino a su amada. Paco, barbudo, camiseta negra, gafas de sol, pantalones oscuros, zapatillas J´haybher blancas… bajando por escaleras mecánicas en sentido contrario para llegar al andén; desde arriba parecía todo muy fácil, pero cuando aquellos escalones empezaron a desplazarse en mi contra… todos mis planes perdían peso, a mitad de escalera tuve que pararme a recoger los pulmones que se me habían caído; gracias a la fuerza del amor y la ayuda de la gravedad en relación a mi peso conseguí llegar al último escalón. El siguiente paso se basaba en encontrar a mi novia. Nada de caminitos con maletas, todo el mundo pasando del tema… pero allí estaba ella, de pronto se paró el tiempo, la brisa (quitaron el aire acondicionado)… y nos fundimos en un beso que duró lo que tardaron dos primos de Shaqueal Oneal en agarrarme por la espalda, pero el beso ya se lo había dado (a mi novia, no a los de seguridad) y ya era feliz. Los guardias me preguntaron “¿nos acompaña?” a lo que mi mente interior respondió “¿tenemos otra opción?”.
Los armarios a lo que tenía el placer de acompañar me pidieron el DNI y empezaron a apuntar datos, se tiraron un rato, yo creo que hasta me hicieron una foto de carnet a mano. Empezamos a subir la escalera mecánica, en sentido correcto… a cada centímetro que avanzaba, mi vida se iba vislumbrando con un futuro incierto rodeado de esposas, interrogatorios, barrotes, pastillas de jabón… Estaba imaginándome mis últimos momentos, ante la silla eléctrica, con mi traje naranja y mis padres protestando delante de la puerta de la prisión contra la pena de muerte; cuando uno de los guardias me sacó del trance preguntándome “¿has visto eso?”, yo intenté buscar respuesta, pero estaba absorto en mis pensamientos y mi vista sólo reconoció el cadáver de un murciélago incrustado entre las rejillas de la escalera, haciendo que contestara con cierto nerviosismo “¿el qué? ¿el murciélago muerto?”. El encargado de seguridad se estaba refiriendo la señal que prohibía el paso y que previamente me había saltado, sin embargo, observando mi respuesta los guardias se miraron entre sí como diciendo “¿la familia nos agradecerá que no lo arrestemos?”. El más joven de ellos, sin apenas girar la cabeza, dijo “anda vete, pero que no vuelva a ocurrir… de todas formas ya recibirás noticias de todo esto”.
Hasta hoy no he recibido nada ni a nadie. Pero todo esto me ha hecho recapacitar. ¿Esto ha ocurrido por casualidad o ha sido fruto de una venganza? Un argumento más que apoya mi teoría de que mi abuelo mató al maquinista de mi primer tren.

lunes, 22 de septiembre de 2008

SEÑORAS Y SEÑORES... VUELVO EN OCTUBRE

Hola queridos discípulos, ¿qué tal os ha ido el periodo estival? Espero que lo pasaráis de la mejor forma posible. Yo me he dedicado a estudiar y reflexionar sobre la esencia de la existencia vital, es decir, aquello que hace un universitario en verano.
Tan sólo pongo esta entrada para que estéis atentos sobre las narraciones de mis peripecias durante este tiempo (que no son pocas, el aburrimiento da mucho juego, al igual que George Bush en Gran Hermano).
Id haciendo un esquema mental de la posible sinopsis de las próximas entradas que llevan como título : "San Paco, ¿canguro?" o "San Paco, Odisea en RENFE".
También debo informar de nuevas entradas en mi blog de la filmoteca, con películas tales como "Wanted"...
Un saludo, nos veremos en breve.

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